11 de agosto de 2009

Lluvia

Siempre me ha gustado la lluvia, en especial esa que es consistente de gotas no tan grandes pero tampoco pequeñas, con poco viento. Me gusta caminar bajo la lluvia, escuchar el sonido que hace al chocar contra el suelo, y levantar la cara para sentir el suave golpe de las gotas. Regreso del trabajo, camino hacia la entrada del metro cuando comienza a llover, la mayoría de la gente huye como si la lluvia quemara todos corren y dan pequeños gritos no pocos maldicen, una señora de baja estatura y cuerpo abundante pasa junto a mí empujándome mientras le escucho decir; – ¡Apúrate escuincla que no ves que ya empezó a llover y nos vamos a mojar anda, córrele! – y detrás de ella una chica adolescente cargando una bolsa de mercado corre y al mismo tiempo trata de encoger el cuerpo como si quisiera pasar entre las gotas sin mojarse. Yo, mientras toda la gente huye del agua camino despacio y empiezo a sentir como las primeras gotas chocan contra mi cabeza y escurren por mi pelo hasta el cuello, respiro profundo el agua ha mojado la tierra de las jardineras y ese olor característico de tierra húmeda invade el ambiente. Una sensación de completa relajación invade mi ser y doy gracias.

A Carla también le gustaba la lluvia la primera vez que la bese estaba lloviendo, hacia un poco de viento y el frío calaba hondo estábamos en el patio de la vecindad donde ella vivía, su pelo largo y lacio le escurría por los costados, su cuerpo temblaba, sus brazos alrededor de mi cuello con los puños cerrados. Escurría agua por su cara pero su boca era calida y su legua parecía que se quemaba por la forma en que se movía. Yo también temblaba, pero no de frío, sino de emoción, acababa de pedirle que fuera ni novia y aquel beso fue la forma de aceptarme. Mis brazos alrededor de su cintura, la apreté a mi cuerpo y el beso se hizo mas intenso – Muchachos locos mejor métanse a su casa a dormir – fueron las palabras que dijo doña pachita cuando paso junto a nosotros con su rebozo envuelto en la cabeza – ¡Dios mío que se esta cayendo el cielo, madre mía, cuídanos! – fue lo que dijo mientras abría la puerta de su casa y entraba. Interrumpimos el beso para reinos, luego nos miramos a los ojos y entramos abrazados a la vivienda donde Carla vivía con su hermana que por suerte no estaba aquel día.

Estar con Carla era siempre agradable, siempre tenia una sonrisa sincera en los labios nunca estaba enojada, al menos no lo demostraba, de trato amable y con una charla, que si bien no era profunda, era bastante amena pero lo mejor eran sus besos esos que me regalaba en grandes cantidades, creo que nunca he besado a otra chica tanto como bese a Carla en aquel corto instante de vida que compartimos. Vivía en aquella vecindad de techos enanos a dos calles de mi casa una de las pocas que quedaban de los viejos tiempos cuando el barrio estaba repleto de ellas. Compartía la pequeña vivienda con su hermana mayor que trabajaba en el aurrera por eso casi nunca estaba durante el día, su mama había muerto poco antes de que ellas llegaran al barrio, a su papa no lo conocieron y la única familia que tenían era una tía que vivía en un pueblo de Guerrero, cerca de la costa

Fueron seis meses de buenos besos pero como siempre, las cosas buenas duran demasiado poco para mi, su tía les pidió que fueran a vivir con ella y Carla tuvo que partir. También estaba lloviendo cuando la bese por última vez en la terminal de autobuses, fue un beso largo, en el fondo no quería que se fuera pero fui demasiado cobarde para pedirle que se quedara conmigo. Puede que una lagrima haya salido de mis ojos cuando de regreso pase por la vecindad y vi la luz de su ventana apagada, si pudo haber habido lagrimas en mis ojos pero también pudo haber sido solo la lluvia, esa que tanto disfruto.

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