12 de mayo de 2009

Vagabundo

No sé de donde vino. Creo que ha estado ahí desde siempre, incrustado en el paisaje de mi barrio como una especie de ser omnipresente que todo lo ve detrás de esa costra de mugre que cubre su rostro que escucha todo sin oír nada, como un árbol más del parque o un poste más en la banqueta. A nadie le importa pero todos piensan en él. Mi madre asegura que hubo un tiempo en el que tuvo una familia, un trabajo, hasta jura que vivía en una colonia de "gente bien" pero que su mujer le salió de cascos ligeros, la encontró en la movida y desde entonces él vive su pena en las calles. Hay quien dice que en realidad es un prófugo de la justicia que se esconde detrás de una gruesa capa de mugre para despistar pero que guarda gordos fajos de billetes entre sus ropas.

Por las mañanas busca entre la basura de la esquina lo que habrá de comer, aparta aquello que le parece útil conservar y lo lleva a su guarida abajo del puente del lado del panteón donde guarda sus tesoros; varios garrafones llenos de agua, un colchón con los resortes botados, algunas cobijas rotas y sucias entre otras tantas chácharas que protege encarnizadamente de los ojos codiciosos de su vecino nocturno, ese otro vagabundo anciano que con sus dos muletas hechas jirones llega solo por las noches a dormir bajo el puente arrastrando un montón de tiliches.

Por las tardes nadie sabe donde va, simplemente desaparece todo rastro de su ser hasta la noche cuando sorpresivamente aparece en el parque como un ente de otra dimensión cargando bolsas llenas de desperdicios de los cuales sacará su cena, muchas veces mas abundante que la mía. Cuando el clima es calido y sin lluvia duerme en el parque en medio de los rodetes de flores, cobijado por rosas, azucenas y claveles, en invierno prefiere pasar las noches en su rincón del puente sobre su colchón roto rodeado de cartón y periódico escuchando su viejo radio. En varias ocasiones ha sido reclutado para ir a engrosar la población de los albergues de la ciudad pero él siempre regresa al barrio a su húmedo y oscuro rincón del puente.

Cuando lo veo en el parque comiendo lo que encontró en la basura me queda completamente claro que es realmente feliz y que no necesita nada más para darse una vida de rey, una vida que muchos quisieran tener, sin preocupaciones ni compromisos obligados, sin apariencias, mostrándose tal y como se es a los ojos de la gente, de esa gente que pasa junto a él y que hace cara de fuchi pero que en el fondo siente envidia porque desea, quizá con toda la fuerza de su alma, vivir una sola noche de la vida del vagabundo para poder liberarse, aunque sea durante unas cuantas horas, de las garras de esta sociedad de falsas poses, de engaño y soberbia. A veces yo también envidio al amigo vagabundo y quizá algún día salga en busca de un buen puente.